Hogar, dulce hogar

Ayer nos invitaron a comer en Ontinyent, que es un pueblo del interior de la provincia de Valencia. El caminito era autovía hasta Villena y luego una comarcal más o menos recta hasta un puerto de montaña con unos cortados preciosos. A la ida disfrutamos del paisaje. Bocairente desde la carretera tenía una apariencia impresionante, es un precioso pueblo antiguo agazapado a un pequeño monte, casi como suspendido.
Llegamos a Ontinyent y tanto disfrutamos con la comida y la conversación que desde que dijimos por primera vez ¿nos vamos ya? hasta que realmente nos fuimos pasaron así como 3 horas. Es lo que pasa cuando hay tantas anécdotas que contar y cuando una está realmente en buena compañía.

La cosa es que cuál fue nuestra sorpresa cuando fuimos a subir al coche y ¡estaba nevando!

Supongo que l@s que viváis más al interior no os sorprenderéis, pero tened en cuenta que nosotras no estamos acostumbradas. En Alicante no ha nevado nunca, bueno, yo no lo he visto, creo que la última vez fue en los años 50. Alguna vez graniza, pero claro, no es lo mismo.

Rápidamente nos pusimos en marcha, porque había como una hora y cuarto de camino. Al principio era precioso, porque era como si una palmera de fuegos artificiales blancos viniera al encuentro de nuestro coche. Pero al cabo de unos 10 minutos la carretera empezaba a ponerse cada vez más blanca...
Yola estaba muy callada, y sólo me preguntaba ¿ves bien? porque apenas se veía.

Yo le contestaba que sí, que estuviera tranquila. Aunque realmente para poder ver bien era necesario poner las largas, y cada vez que se aproximaba algún coche tenía que quitarlas.
Otra vez me preguntó que si veía bien, y le dije que mientras se vieran las líneas de la carretera todo iba bien.
Empezó a nevar más y más... hasta que las líneas desaparecieron, y a pesar de que yo iba bastante lenta, el coche parecía deslizarse entre la nieve, se iba un poco a un lado, un poco a otro... ella lo notó.

- Estoy un poco asustada, ¿sabes? me dijo Yola

En ese momento estábamos en el puerto de montaña, toda la calzada blanca y resbaladiza, el precipicio a nuestra derecha.
- Estate tranquila, no nos va a pasar nada. Yo no estoy asustada, estoy demasiado ocupada intentando que todo salga bien que no tengo tiempo para preocuparme - le contesté yo.
Pero en ese momento, justo después de decirlo, y durante un infinito segundo, dudé. Pasó por mi cabeza la sombra de la duda. ¿Y si después de toda una vida para encontrarnos y ser felices juntas, tuviera que acabar aquí? ¿Y si después de las pruebas, nuestros sueños, no llegamos a ver cumplido nuestro mayor deseo, ser madres? Creo que fue el segundo más angustioso de mi vida.
Inmediatamente mi interior se rebeló. No, no iba a ser así. Al menos yo no iba a permitir que así fuera. Tenemos mucho camino por delante, juntas, pero nuestro destino está unido al de un pequeño ser al que ya queremos, sin conocerlo aún. En ese momento era como si toda esa breve debilidad que había tenido se hubiera convertido en una inmensa fortaleza.
Pasamos el puerto de montaña, el punto más peligroso. Aún nevaba más. E incluso había niebla.
Pero la luz se hizo dentro de mí. Sabía que no nos iba a pasar nada. Estaba más que segura.
Llegó un punto en que la carretera empezó a aclararse, a ver las líneas, luego la nieve se convirtió en aguanieve y más tarde en lluvia...
Llegamos a casa... hogar, dulce hogar...